Una mañana, exactamente al amanecer, un monje budista emprendió la ascensión de una elevada montaña. El sendero que utilizó, de no más de un metro de ancho, daba vueltas y revueltas en torno a la montaña, hasta un resplandeciente cerro en la cima. El monje fue subiendo con velocidad variable, deteniéndose muchas veces a descansar y a comer frutos secos que llevaba consigo. Alcanzó el templo poco antes de la puesta del sol. Tras varios días de ayuno y meditación, emprendió el viaje de regreso a lo largo del mismo sendero, partiendo al amanecer, caminando igualmente con velocidad variable y haciendo muchas pausas a lo largo del camino. Su velocidad media en el descenso fue, como era de esperar mayor que en el ascenso. Demostrar que hay un punto del camino por el que el monje pasó en ambos viajes exactamente a la misma hora del día.
Un problema clásico y que sorprende a primera vista. Esta versión del enunciado está tomada del club mensa, donde puede verse la solución clásica. Y hay otra más imaginativa.
Por cierto, buscando el problema del monje budista en google se entera uno de que más de la mitad de los monjes budistas son obesos. Ese debe ser su problema. Y es que a partir de las matemáticas se aprende de todo. Foto Petri Damstén.
Esta entrada participa en la Edición 4.1 del Carnaval de Matemáticas cuyo anfitrión es Tito Eliatron Dixit.
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